POR: GREGORY BARDALES PEREYRA
El Suicidio del Místico.
Es
posible pensar en el suicidio de Judas Iscariote como un suicidio del
tipo que Durkheim denomina altruista agudo, que es el suicidio del
fanático religioso. El grado de despersonalización que alcanzan estos
sujetos es el más alto de todos, según afirma Durkheim. Antiguamente era
muy común encontrar casos de personas tan sumergidas en su fe que le
restaban total importancia a su propio ser para luego despeñarse en los
abismos de sus ideales.
“... el individuo le parece
destituido de toda realidad... tiene un fin, pero situado fuera de esta
vida...; porque precisamente entrevé bellas perspectivas más allá de
esta vida...” (DURKHEIM: 1999: 234)
Si asumimos esta
hipótesis, el compromiso de Judas habría sido mayor al de cualquier otro
apóstol; debió haber estado tan sumergido en el proyecto de Jesús que
decidió hacerlo realidad en la otra vida, donde seguramente se
encontraría con su maestro. Sin embargo, esta explicación deja un cabo
suelto muy importante. Llama poderosamente la atención que el fanático
Judas no haya deseado la cruz y, en cambio, opte por traicionar a su
maestro por dinero.
El Suicidio del Decepcionado.
La
disposición de Judas de hacer realidad la consumación del Reino de
Dios, también ha sido defendida por Thomas de Quincey en una hipótesis
famosa (2), según la cual Judas tenía la intención de “empujar” a Jesús a
revelarse como el Mesías, entendiendo que el proyecto del Reino de Dios
era un proyecto de liberación nacional.
Según esta
perspectiva, la traición no sería más que pura estrategia política; para
Judas, el fin justificaba los medios. Luego de reparar en que Jesús no
iba a mover un dedo para liberarse, tuvo que ser movido al suicidio por
la decepción de saber que Jesús no era el Cristo.
Un
serio inconveniente con esta reconstrucción radica en que Judas se muere
antes de saber el desenlace de la historia. En efecto, Jesús aún no
estaba muerto cuando Judas se suicida. El Cristo bien podía manifestar
Su Poder aún en los últimos minutos de agonía en el Gólgota. Parecería
que Judas sacó conclusiones apresuradas tomando en cuenta la poca
reacción que había percibido en el Señor.
Esta
hipótesis peca de ingenua, porque nace con la pretensión de pintarnos un
Judas militante, comprometido con sus ideales, pero le termina haciendo
un flaco favor, porque si Judas muere asumiendo que Jesús no era el
Cristo, sin esperar a que se termine el partido, entonces hay una mejor
razón para desaprobarlo.
El Suicidio de Ahitofel
Para
entender el suicidio de Judas Iscariote es necesario retrotraernos al
suicidio de Ahitofel, consejero político del rey David. La Biblia
menciona que sus consejos eran considerados como la misma palabra de
Dios.
“En aquellos días, el consejo que daba Ahitofel
era como si se consultara la palabra de Dios, tanto cuando aconsejaba a
David como a Absalón.(3)” (2 S. 16.23)
Ahitofel le
sugiere al príncipe rebelde Absalón que hiciera sentir su autoridad
tomando posesión del harén de su padre. En el antiguo Oriente, el
heredero al trono heredaba también el harén del rey fallecido, de modo
tal que, con este gesto provocativo, Absalón hacía pública su revuelta y
usurpaba el puesto del rey.
Muy hábilmente, Ahitofel
propone actuar sin pérdida de tiempo y derrotar de inmediato a David.
Había que atacar a David antes de que pudiese reponer sus fuerzas. Un
ataque sorpresivo sobre sus tropas, exhaustas a causa de la huida,
anularía toda resistencia. Así se evitaría una masacre, y la gente que
había seguido a David, agradecida por no haber sufrido ningún daño, no
tardaría en jurar fidelidad al nuevo rey.
Sin embargo,
su plan fue entorpecido por Husai, amigo del rey, quien astutamente
convenció a Absalón de que el plan de Ahitofel había subestimado la
valentía y el arrojo de David. De esta manera, logró impedir que los
hombres de Absalón salieran de inmediato en persecución del rey
fugitivo, y este tuvo tiempo para reorganizar sus tropas y preparar la
defensa.
Como su plan había sido abortado y como la
demora en iniciar el ataque jugaba a favor de David, Ahitofel vio que la
revuelta de Absalón estaba condenada al fracaso; se volvió a su casa y
se ahorcó.
“Cuando Ahitofel vio que su plan no se había
puesto en práctica, aparejó su asno y se fue a su casa, en su pueblo
natal, y después de arreglar sus asuntos familiares, se ahorcó. Así
murió, y fue enterrado en el sepulcro de su padre.” (2 Sam. 17:23)
La
decisión de quitarse la vida le evitaba la humillación de caer en manos
de David, su anterior Señor, contra quien había cometido un crimen de
alta traición.
Los suicidios de Judas y Ahitofel son
bastante parecidos y es en virtud de sus semejanzas que conviene
explicarlos mutuamente. Se trata de los dos únicos suicidios por
ahorcamiento en toda la Biblia y, además, ambos surgen como consecuencia
directa de una traición. Parece ser que, en ambos casos, el suicidio,
resulta de un mandato expreso de los códigos de honor y es concebido
como un mecanismo de redención.
Según afirma
claramente Durkheim, este tipo de suicidio “se hace... para escapar a la
deshonra...” (DURKHEIM: 1999: 231). El sentido del honor demandaba que
el traidor se quitase la vida antes de ser ajusticiado.
“[...]
si el hombre se mata, no es porque se arrogue el derecho de hacerlo,
sino porque cree que es su deber, cosa bien distinta (4). Si falta a
esta obligación se le castiga con el deshonor y también, lo más a
menudo, con penas religiosas, […] si persiste en vivir pierde la
estimación de las gentes; en un sitio se le rehúsan los honores
ordinarios de los funerales, en el otro se le representa una vida
espantosa más allá de la tumba. La sociedad hace presión sobre él para
que se destruya [...]” (DURKHEIM: 1999: 226, 227)
Esta
es la manera en la que el sujeto sabía quedar bien ante la sociedad,
obedeciendo lo que ella le demandaba. En premio, el sujeto tenía acceso
legítimo a disfrutar de la otra vida.
“Asignaban una mansión de delicias a los que se daban a la muerte [...]” (DURKHEIM: 1999: 225)
En
este sentido el suicidio de Judas Iscariote, dentro de la tipología
durkheimiana, corresponde a un suicidio altruista, en tanto se produce
en respuesta a una convención social.
“[...] Hacía
falta que la muerte fuera impuesta por la sociedad como un deber o que
el honor estuviera en entredicho o, por lo menos que cualquier
acontecimiento desagradable hubiese acabado de depreciar la existencia a
los ojos de la víctima.” (DURKHEIM: 1999: 231)
Más
propiamente, se trata de un sucidio altruista del tipo obligatorio, en
tanto la razón para acabar con la vida no es otra que el deber; en
cambio, cuando no existe una imposición expresa por parte de la sociedad
estaremos, según la tipología durkheimiana, frente al suicidio
altruista facultativo.
Visto bajo este punto de vista,
el que los demás discípulos no se suicidaran más bien debería ser motivo
de deshonra, dado que, al final de cuentas, todos cometieron traición
(5). Hubo quienes lo abandonaron (6), hubo quien lo negó tres veces y,
por supuesto, hubo también quien lo vendió. Hasta la opinión más
conservadora está de acuerdo con que Judas no fue el único traidor.
“... Mateo nos presenta otra historia de traición (la de Judas), pero que contrasta con la de Pedro.(7)” (CARSON: 2000)
Pero
la traición como cualquier falta es susceptible de ser perdonada, si es
que hay reconocimiento de que se ha cometido pecado y una disposición
sincera para enmendar la falta y resarcir el daño. ¿Hubo en Judas tal
disposición? ¿Fue Judas movido al arrepentimiento?
(2) Para una revisión completa de esta postura, ver DE QUINCEY (2007).
(3) Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
(4)
Cuando media el deber estamos frente a lo que Durkheim llama suicidio
altruista obligatorio. Cuando no existe una imposición expresa por parte
de la sociedad estaremos frente al suicidio altruista facultativo.
(5) Esta puede ser otra manera de entender por qué permanecían escondidos.
(6)
Probablemente Juan pueda ser la excepción, aunque sólo aparece junto a
Jesús en los momentos finales de la agonía en la Cruz (Jn. 19).
(7)
Carson, D.A.; France, R.T.; Motyer, J.A.; Wenham, G.J., Nuevo
Comentario Biblico: Siglo Veintiuno, (El Paso, TX: Casa Bautista de
Publicaciones) 2000, c1999.
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